miércoles, 14 de marzo de 2012

EL MENDIGO


Arrastrando los pies y cabizbajo
se desliza por las calles en silencio. 
Con un gesto te pide una limosna
y hay quien se la niega con desprecio.


Todo su mundo está en aquel carro,
que lo arrastra tras él como su sombra.
Subsistiendo entre bancos y cartones
ya nadie lo recuerda, ni lo nombra.


A veces con la fiereza de un oso
gruñendo entre dientes y sin sentido
lleva una letanía incompresible, 
de palabras y gritos contenidos.


Sólo el aire le acaricia la cara
en medio de aquel mar de transeúntes,
fríos, distantes, a su lado pasan,
sin que nadie por su vida le pregunte.


Ya no habitan en su mente los sueños,
se cobija a la orillas de la muerte. 
La botella en sus manos, como amiga
lo consúela, en la noche, de su suerte.


El tiempo va en su contra y lo arrastra,
y el implacable reloj lo atenaza. 
Se desentiende y olvida del futuro 
y va perdiendo toda su esperanza.


Fugitivo de amores y de techo
es mendigo de albergues y consuelo.
Sin sombra que le siga ya los pasos,
se abrazará desnudo sobre el suelo.


Quizás las hojas del otoño cubran
esa desnudez de su alma herida
y suplan con sus roces esos besos,
que perdió a lo largo de la vida.


La indiferencia contempla su viaje
desfilando entre asfalto y cemento
y somos todos fríos maniquíes
ajenos al dolor y al sufrimiento.


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